Indignados por la esclavitud

El proceso de liberación reclama inicialmente la indignación. Así lo han planteado P. Casaldáliga y J. M. Vigil como parte de la espiritualidad de la liberación. Es, además, un aspecto imprescindible del profetismo bíblico y judeo-cristiano. El profeta de Nazaret es, también, el maestro de la indignación y el paradigma de los indignados. Esa indignación, tan intensa en la teología de la liberación y en sus acciones consecuentes, brota de la experiencia de empobrecimiento histórico al que ha sido sometido el continente latinoamericano. Indignante experiencia compartida por una inmensa mayoría de hombres y mujeres de todos los continentes.

Es una indignación “radical”, que viene de muy hondo, de las raíces últimas de nuestro ser. Es una indignación que no brota de una circunstancia o de una ideología particular, sino que uno percibe que la siente por el mero hecho de ser humano, de forma que, si no la sintiera, no se sentiría humano. Una indignación tan irresistible que no deja comprender cómo pueden no sentirla otras personas humanas.

En la indignación por la esclavitud y la injusticia tiene su origen la ejemplar gesta liberadora divina de la historia judía. Pero no es algo exclusivo del Éxodo. En cada intervención de Dios se discierne este sentimiento inicial y fundamental. Ocurre que la ira de Dios por los padecimientos de su pueblo en Egipto se ha constituido, desde el primer momento, en un modelo de valor atemporal. Por eso, para Casaldáliga y Vigil, nuestra «indignación ética» es la permanente puesta al día de «la indignación de Dios».

Su indignación, descrita originalmente en Ex 3, es modelo para nosotros. Él prestó atención al clamor de su pueblo y tomó postura al respecto, decidiendo entrar en la lucha de liberación histórica.

A Jesús la indignación le sale por los ojos según un episodio relatado por Marcos. Es la misma indignación de YWHW, pero ahora humanizada y encarnada. Esa historia también la cuentan Mateo y Lucas, pero han omitido la «ira» que brota de la mirada amorosa -porque al final es una cuestión de amor- de Jesús. Quizá no les cayó bien que el Maestro mirara con tanta fuerza y poder.

  • Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». Y les dijo: «¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?». Pero ellos callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano». El la extendió y su mano quedó curada. Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.

¿Qué es lo que indigna a Jesús? Todo lo que en este caso representan «los fariseos»: hipocresía, insensibilidad, necedad, tiranía, opresión, impunidad, codicia… injusticia. Sin embargo, hay que ir más allá de la indignación que es lo que aparece a primera vista. En realidad, la indignación brota del amor apasionado de Jesús por «el bien» y por «una vida», la vida del pobre, todas las vidas de todos los pobres. A Jesús lo indigna el amor. Y será la indignación del amor lo que motivará que, aquellos que no saben de indignación porque no saben de amor, busquen «la forma de acabar con él».

La historia de Jesús lleva la indignación divina y la liberación a su potencia máxima. Y esto porque Jesús es la máxima realización histórica del amor divino por nosotros y, especialmente, por los más pobres. Tanto ama Jesús cuanto lo indigna la traición a su proyecto de amor, y viceversa. Es verdad que «el origen de su vocación, como el de tantos otros profetas anteriores y posteriores a él, tuvo que ser la indignación ética ante el sufrimiento de su pueblo». Pero antes, y con más verdad si fuera posible así decirlo, el origen de su vocación y de su indignación es que «tanto amó Dios al mundo».

Lo de Jesús, obviamente, es lo de sus seguidores. Diadoco de Fótice, santo y sabio cristiano del siglo V, hace la siguiente mención de lo único que perturba a «los que aman al Señor con una resolución insaciable»:

Sólo se inflama contra los que atacan a los pobres o, como dice la Escritura, profieren iniquidad contra Dios o viven de cualquier otro modo malvado.

La historia de la banalidad moral del cristianismo necesita mantener esto siempre a nivel de conciencia. La injusticia contra los pobres -y en general contra cualquier ser humano- es «iniquidad contra Dios», es maldad.

J. A. Pagola incluye la indignación como uno de los tres rasgos «de la actuación profética de Jesús». Este rasgo habrá que llevarlo a la praxis de las comunidades:

  • Hemos de desarrollar mucho más la indignación profética de las comunidades cristianas. Una indignación que es la reacción instintiva de los seguidores de Jesús ante los abusos e injusticias que sufren las víctimas: el sufrimiento de los inocentes no ha de ser aceptado como algo normal, pues es intolerable para Dios. Esta indignación es necesaria para denunciar públicamente el sufrimiento de las víctimas, para sacar a la luz las causas que se ocultan bajo su sufrimiento y para que no se apague la confianza de los últimos ni su esperanza en Dios.

A la luz de la historia sagrada, de la tradición profética y, especialmente, de los sentimientos y los compromisos de Jesús de Nazaret, la indignación parece imprescindible para definir lo cristiano. [Consecuentemente, imprescindible para la evaluación autocrítica permanente de los cristianos].

Pero la indignación no es propiedad privada de ninguna parcialidad humana. Pertenece al humanismo universal. Por eso, en toda la historia es posible verificar su fecunda y transformadora presencia.

Lev Tolstói escribe una carta pidiendo ayuda para el hambre que sufría por entonces la población de Samara, en Rusia. La carta trae la descripción que hace de un sentimiento muy profundo ante la miseria y que forma parte de la indignación:

Me avergüenza y me duele saberme humano cuando veo el sufrimiento de esta gente.

Vuelve a expresarse sobre la indignación en una carta a su esposa Sofía. Confiesa tener en su cabeza y en su corazón a un grupo de personas condenadas a muerte en 1882: «Y me atormenta, y se despierta la indignación, el más doloroso de los sentimientos».

La indignación como sentimiento y como motivación de prácticas transformadoras, pertenece a todos los humanos. Sin embargo, hay que destacar la que experimentan las víctimas. Toda indignación ante lo inhumano es imprescindible para un mejor futuro, pero la indignación de las víctimas de lo inhumano es irremplazable.

Tolstói advierte que la indignación de las clases obreras brutalmente oprimidas tendrá consecuencias. El análisis y la advertencia de Tolstói es aplicable a toda ocasión en que hayamos esclavizado a nuestros semejantes...

Los esclavos están enfurecidos… El oprimido está enfurecido

Existe un referente de valor muy cercano. La reacción de «los indignados» españoles y europeos contra una democracia diluida y manipulada por poderosos y lejos de la participación popular. El nombre adoptado por un número importante de disconformes fue inspirado por un escrito de Stéphane Hessel, destacado partícipe de la Resistencia francesa contra el nazismo y de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Su cercanía ideológica con los planteamientos liberacionistas queda clara en su escrito ¡Indígnate! Hessel explica la razón de su llamamiento:

  • porque el poder del dinero, tan combatido por la Resistencia, nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos, desde sus propios siervos hasta las más altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general. Nunca había sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero.

Hessel considera los «dos nuevos –aunque tampoco tan nuevos- grandes desafíos» de nuestro tiempo. Por un lado, «la inmensa distancia que existe entre los muy pobres y los muy ricos, que no para de aumentar». Por otro lado, «los derechos humanos y la situación del planeta». Hessel explicará el camino para superar los importantes conflictos de nuestro tiempo: «para conseguirlo, hay que basarse en los derechos, cuya violación, cualquiera que sea el autor, debe provocar nuestra indignación. No cabe transigir respecto a estos derechos». Las amenazas nunca desaparecen, se reciclan y se reeditan. Siempre estaremos resistiendo, luchando e indignándonos. El mismo Hessel dice algo que la historia demuestra omnipresente...

la amenaza no ha desaparecido totalmente y nuestra cólera respecto a la injusticia sigue intacta.

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