Del Tedio

Tedio es el hastío de la vida. Hay muchas palabras que son sensaciones, sentimientos, experiencias interiores, para describir el tedio: aburrimiento, cansancio vital, depresión y tristeza, desánimo, desaliento, desilusión, disgusto y displacer, indolencia, desasosiego, el “mal de vida” -en palabras de Miguel de Unamuno-… Son muchos nombres para una experiencia muy compleja y de muy malas consecuencias. En el tedio hay una honda sensación de fracaso ante la vida, de sinsentido. Hay una sensación de ausencia de futuro. No de incertidumbre o miedo al futuro sino, peor, su ausencia significativa.

Connie, en la historia de El amante de lady Chatterley, le explica a su hermana que no está enferma, “tal vez estoy aburrida”. Pero es un aburrimiento que la está consumiendo, que le está agotando las energías vitales. Por eso, luego de una revisión, el médico concluye que “no puede seguir así”. Y le prescribe, enfáticamente: “¡La depresión! ¡Evite la depresión!”. El tedio se parece o quizá sea también una enfermedad. Se puede armar el cuadro completo de Connie recogiendo los datos dispersos en el relato de Lawrence.

El aporte más lingüístico y etimológico ayuda a una primera aproximación al significado. Con spleen, en inglés, y con esplín, en español, se significa la melancolía y el tedio. Ambos términos proceden de un vocablo griego que significa “bazo”. O sea, el “órgano que, de antiguo, se consideraba la sede fisiológica de la tristeza y el hastío”. Además, el término griego con que se designaba la bilis negra, también está vinculada a nuestra palabra “melancolía”. Y por eso, en la medicina antigua, se consideraba que la bilis en exceso era la causante de la depresión.


En 1896, Edvard Munch puso como título a esta pintura, "Melancolía". Hay otras obras con el mismo título.

En la depresión del tedio hay algo de egocentrismo que vuelve miope a la persona. Hay una clausura ensimismada. Por eso, Rose, en una de las historias contadas por Paul Auster, cuando logra superar su aburrimiento vital, comienza a reconocer la realidad.

Poco a poco, sin embargo, sobre todo en los dos o tres últimos meses, Rose había empezado a ser de nuevo la de antes, redescubriendo que la comida tenía sabor cuando se la llevaba a la boca, por ejemplo, y que en la ciudad la lluvia no caía sólo sobre su cabeza, sino que hasta el último hombre, mujer y niño tenía que saltar los mismos charcos que ella.

Algunas luces para tanta sombra

El origen del tedio, su desarrollo, su sintomatología, tiene explicaciones varias. Todas parecen buenas explicaciones. Seguramente, todas aportan algo a una comprensión integral de algo tan complejo.

Raimon Panikkar pone el acento en la tristeza y, desde su amplio conocimiento del universo religioso, describe una experiencia que no discrimina bajo ningún pretexto:

Cuando una persona se halla en un permanente estado de tristeza (que para la tradición cristiana es un pecado capital, la acedia) se considera que está enferma: ya no puede disfrutar de la vida; se encuentra abrumada por el hastío (taedium vitae) o por la depresión, pandemia de la sociedad moderna; ha perdido el “gusto”, por la comida o por la vida; ya no puede soportar el dolor porque ya no sabe cómo gozar de la vida.

El tedio se traduce, trágicamente, como enfermedad de tristeza.

José Antonio Pagola, al describir aspectos alarmantes de la vida actual, encuentra en la falta de interioridad una de las advertencias que más fuerte suenan. El tipo de vida superficial y trivial hace del hombre “un ser a la deriva que corre el riesgo de caer en el tedio y perder hasta el gusto mismo de vivir”.

El mismo Pagola vuelve a describir lo que caracteriza al tedio al referirse a rasgos de “la crisis de esperanza” que afecta nuestro tiempo:

A veces la falta de esperanza se manifiesta sencillamente en cansancio. La vida se convierte en una carga pesada, difícil de llevar. Falta empuje y entusiasmo. La persona se siente cansada de todo. No es la fatiga normal después de un trabajo o actividad concreta. Es un cansancio vital, un aburrimiento profundo que nace desde dentro y envuelve toda la existencia del individuo. El problema de muchos no es “tener problemas”, sino no tener fuerza interior para enfrentarse a ellos.

Vuelve en otro texto sobre ese “cansancio” que provoca la crisis de la esperanza. Las palabras usadas para describirlo son elocuentes en su significado: “vejez”, “rutina”, “inmovilismo”, “nihilismo fatigado”, “indiferencia, pasividad y frustración”, al final, “sociedades hastiadas”.

¿Qué más le falta al corazón y a la vida del que padece el tedio? Se ha despojado de las pasiones, faltan emociones. Una vida se llena de tedio y aburrimiento en la medida en que se vacía de pasión. Y, al contrario, lo que nos apasiona llena la vida de sentido y provoca un estímulo que conduce a un progreso ilimitado. Nuestras pasiones, además, son claro indicio de nuestra vocación. Porque también con la vocación, con la misión en la vida, con mi lugar en el mundo, tienen que ver las pasiones.  -y con su ausencia, el tedio-. Y, además, tienen que ver con la curación y la salida del tedio vital. En su novela Estoy mucho mejor, David Foenkinos acierta a describir brevemente el tedio desapasionado: “Ambos habíamos vivido nuestros últimos años sin ningún peligro, sin arriesgar nada: nuestro corazón había latido sin excesos, tranquilamente”. Es tediosa y hartante una vida sin energía, sin impulso, sin la potencia dinamizadora de la pasión. Es una vida sin ardor y sin riesgos. La pasión, por el contrario, enciende la vida y quita el frío del hastío.

La acedia

Toda la moral y la espiritualidad cristiana desde el origen han ahondado generosa y sabiamente en el problema de la acedia. Es la versión religiosa y moral del tedio. La acedia en la tradición espiritual cristiana es algo sumamente complejo, sutil, engañoso. Tiene resonancias no simplemente anímicas, sino que afecta al fondo mismo de la experiencia de fe, de confianza, de esperanza. Así que, no es de exclusivo abordaje terapéutico. Requiere conversión, espiritualidad, mística, práctica profunda de la fe…

Diadoco de Fótice logra una muy buena descripción de la seriedad y la complejidad de la vivencia de la acedia. Es, además, una experiencia incorporada al conjunto del crecimiento en la fe y al progreso espiritual. Por eso, también es una vivencia ineludible…

Cuando nuestra alma comienza a no desear ya los encantos de la tierra, entonces la invade frecuentemente un cierto espíritu de disgusto, no permitiéndole realizar con placer el ministerio de la palabra ni abandonarse al deseo penetrante de los bienes futuros. Además, despreciando como excesivamente inútil esta vida temporal, en cuanto no tiene obras dignas de virtud, desprecia el conocimiento mismo bajo pretexto de que ha sido ya concedido a muchos otros o bien de que no promete enseñarnos nada perfecto. Huiremos de esta pasión que produce tibieza e indolencia si imponemos a nuestro pensamiento límites muy estrechos, mirando sólo al recuerdo de Dios. Sólo así, en efecto, el intelecto volverá corriendo a su fervor y podrá apartarse de aquella disposición irracional.

Hay un desgano y un disgusto que conduce a la apatía. Incluso tiene argumentación de apariencia espiritual. Pero es un engaño. Bajo pretextos ascéticos se llega a una mediocre inmovilidad. En nota a pie de página se explica:

Aunque Diadoco no lo designe explícitamente, se trata aquí de la acedia, que era la gran tentación del desierto. También era llamada la tentación del “mediodía”. La causa de esta última denominación se entiende pensando en los desiertos de Egipto a esa hora, el sopor, la pesadez abruman al hombre. En nuestros días quizá lo podríamos entender desde la categoría del “tedio”. Nada tiene sentido. El alma queda paralizada. Es el ataque conjunto más fuerte de los demonios. La tentación es, como se ve en este texto de Diadoco, el abandonar todo, pues todo es inútil.

Diadoco se expresa claramente sobre la acedia cuando asiste con consejos a “aquellos que quieren vivir enriqueciéndose de virtudes”. Los consejos apuntan a crecer en la humildad, a evitar la disipación que perturba la vida espiritual. Entre otras cosas, “la abundancia de palabras” provoca esta disipación del hombre virtuoso y “también lo entregan al demonio de la ‘acedia’ el cual, debilitándolo sin medida, lo entrega a los demonios de la tristeza, y luego a los de la cólera”.

La solución para Juan es obvia: Jesús. La fortaleza de Cristo que, según Juan de Forde, es “su invencible dulzura”, le permite desprenderse “de las ataduras de la naturaleza mortal, el tedio, el pavor y la tristeza”. Por el lado de la fortaleza, entonces, va la respuesta.

Jóvenes pero aburridos

El tedio de los jóvenes parece una seña distintiva de nuestro tiempo. Los jóvenes “ni, ni”, que quizá prejuzgamos con bastante banalidad, con mucho apresuramiento, con pocas luces. El “no hacen nada” puede tener explicaciones en el tedio que la sociedad les genera.

Este paradójico aburrimiento, en las primeras etapas de la vida, está bien presentado en el diálogo entre dos jóvenes en el mundo tan curioso de Los emplazados, obra de teatro escrita por Elias Canetti. Es un extraño mundo, en el que todos saben el día de su muerte y la cantidad de años que vivirán. Ese es el contexto. En muchos aspectos, parece una metáfora de nuestro mundo y, sobre todo, del mundo que planificamos. Lo que experimentan estos dos jóvenes se da también en nuestra realidad.

  • ¿Qué haremos hoy?
  • Creo que lo mismo, lo mismo de siempre… Pues nada.
  • Sí, nada. Siempre es nada. Siempre ha sido nada. Y siempre será nada. Así es la vida.

La sensación de ellos y del lector es la misma:

¡Qué aburrimiento! ¡Qué aburrimiento!

Añoran entonces una salida que, de todas maneras, es imposible en ese mundo. El drama es que no es imposible en el nuestro: “¿Te imaginas lo que debe haber sido matar a alguien?”. El final del diálogo sólo prolonga el hastío y la monotonía existencial: “Así es la cosa… Estamos atados de pies y manos… Y todo seguirá así eternamente. Eternamente… ¡Qué estupidez!”.

En el texto de Canetti aparecen otros aliados del tedio: la nada y la estupidez. Nada es la sensación de vacío y de significado que provoca una existencia ensombrecida por el aburrimiento. Estupidez es la calificación para una vida vacía de significado. Si esto es la vida, vivir es una estupidez. Entonces, no parece demasiado grave acabar con la vida, la propia o la ajena. No hemos calculado responsablemente el desastre que significa el aburrimiento para quienes son jóvenes. Mucho de todo lo malo que les ocurre es por el tedio que experimentan. No se trata de rebeldía, de indisciplina, de inmadurez, es aburrimiento.

Más cómplices del tedio juvenil aparecen en la historia La conjura de los suicidas, de Petros Márkaris. La policía investiga a dos negacionistas de las vacunas en la crisis mundial y pandémica del coronavirus. El segundo caso es un joven, hijo del rector de una universidad. “Cuando empecé a hacerle preguntas -explica Maña, psicóloga-, me di cuenta de que el verdadero problema era la monotonía y el aburrimiento”. Luego, extiende su explicación sobre lo que significan “la monotonía y el aburrimiento”:

Los jóvenes de su generación, comisario, luchaban contra la pobreza y contra las injusticias sociales. La generación del 68 luchó por la ampliación de la democracia y de la justicia. La generación de la Politécnica se sublevó contra la dictadura militar. Actualmente, la mayoría de los jóvenes son de familias económicamente acomodadas y pueden estudiar donde quieran y todo el tiempo que quieran. Más allá de los estudios, su vida transcurre entre las redes sociales, las cafeterías y los bares. Llega un momento en que esta rutina los agobia y buscan la manera de romper radicalmente con la monotonía y el aburrimiento. El coronavirus y las medidas de confinamiento les ofrecen un buen pretexto para estallar.

¡Niños aburridos!

Si el aburrimiento es un drama para el ser humano, es un espanto cuando los que se aburren son los jóvenes. Y, si los torturados por el tedio son niños, es casi una tragedia. No olvidar que el juego es la actividad natural y espontánea de la primera etapa de la vida. Los niños, esencialmente, juegan y, mientras juegan, crecen, se desarrollan, aprenden, conocen, socializan...

En el aburrimiento está la explicación de muchas de las “malas” conductas e “indisciplinas” de los niños. Parecido a lo que pasa con los jóvenes. En montón de ocasiones, los niños no se portan mal, se aburren con la vida que les ofrecemos. El mal comportamiento es justamente lo que los padres de Audo quieren corregir con un castigo memorable. El niño, como tantos niños, como casi todos en algún momento, busca la manera de no aburrirse.

Pero todas esas distracciones son insuficientes para detener al monstruo, al enorme y odiado monstruo del aburrimiento que se cierne sobre Audo como una nube negra. No. No una nube. Algo peor. Un animal. Una tarántula o, mejor, una cucaracha de otro planeta... un monstruo interplanetario.

Los padres apelan, entonces al castigo memorable. Y, como todo castigo memorable, es una burrada inhumana. Lo que deben revisar no es la conducta de Audo, sino la vida monstruosa -tan monstruosa como la cucaracha extraterrestre del aburrimiento- que le han armado al niño.

Aburridos y colapsados

El tedio es devastador. Se puede perder “hasta el gusto de vivir”, como explicó Pagola. El aburrimiento vital es capaz de ir avanzando hasta enseñorearse de tal manera que conduce al colapso de la persona. Leonora Carrington, en uno de sus cuentos, describe el final de uno de los personajes. Es ficción, pero podrían ser palabras para la biografía de muchas personas:

Mi madre se suicidó de aburrimiento. Mi padre estaba tan ocupado que ella no tenía con quien hablar, así que solamente comía y comía. Luego se encerró en el refrigerador y medio se congeló y medio se sofocó hasta morir.

Al final, una vida dominada por el tedio se transforma en una cuestión de morir o matar. No siempre en un sentido material. Pero, no siempre, significa que a veces sí. Es la tentación de los jóvenes de Los emplazados: “¿Te imaginas lo que debe haber sido matar a alguien?”. La pregunta no escandaliza a quien es consciente de la erosión del tedio. El aburrimiento es, en ocasiones, la insólita explicación del crimen. Es la historia del protagonista de Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski. En ambos casos, como en un buen número de genios de la literatura, la narración es casi un tratado de psicología y de psicopatología. Además de un tratado de espiritualidad. Porque el aburrimiento del que hablamos no es sólo un problema anímico, es, además, un drama espiritual.

En la cruda historia de Ángel o Arcángel o Angelito, “el tedio es la madre del crimen”. Bien podría ser un postulado sociológico con inspiración literaria. Hay una hermandad entre tedio y muerte. La muerte propia y la del otro. El tedio genera un desapego de la vida...

Pasa así cuando la vida es pereza, sin salida, grisura, día igual tras día igual y callejón que no lleva a ninguna parte. Pasa entonces que la muerte se abre camino como la gran aventura, la incentivadora de tu voluntad, la que te mantiene vivas las ganas de seguir y el corazón latiendo a plena velocidad. Estos muchachos se prenden a la muerte como el ahogado a la tabla.

Lo que siempre se da es que, la existencia ensombrecida y anestesiada por el tedio, es una manera moribunda de vivir. La consecuencia en la interioridad de la persona es catastrófica. En manos de la cocinera se titula un cuento del maravilloso Miguel de Unamuno. En él se menciona al pasar al “padre de Rosaura, que se murió de aburrimiento”. Pero no es al pasar la repetida historia de hastío, de vacuidad existencial, de sensación de muerte, de aquellos a quienes el tedio les ha desdibujado el sentido de la vida. Es un hecho que hay quien se mata hastiado de su vida. Es lo que les ocurre a tantos que pasan por la vida sin pena ni gloria. M. Houellebecq lo describe con su habitual extra de pesimismo:

Es curiosa esta voluntad de establecer un balance, de convencerse en el último momento de que se ha vivido; o quizá de que no se ha vivido en absoluto, lo horrible y extraño es lo contrario, es horrible y extraño pensar en todos esos hombres, en todas esas mujeres que no tienen nada que contar, que no contemplan otro destino futuro que el de disolverse en un vago contínuum biológico y técnico…, en todos los que, en suma, han vivido una vida sin incidentes externos, y que la abandonan sin pensar, como se abandona un lugar de vacaciones simplemente correcto, sin tener pensado un destino posterior, sólo con esa vaga intuición de que habría sido preferible no nacer, bueno, hablo de la mayoría de los hombres y las mujeres.

Son suposiciones, pero bastante verosímiles. Quizá es mejor no haber nacido que haber vivido como un moribundo. Sólo quizá.

Pero antes del llegar al colapso de la vida, ocurren otras cosas a las que haríamos muy bien en prestar atención.

El existencialismo moderno aportó valiosas expresiones para comprender y explicar el padecimiento del tedio. Náusea, asco, por ejemplo, se hicieron fuertes como términos para describir el horror de los que viven ensombrecidos por el aburrimiento. Son parte de la sintomatología previa al colapso suicida.

Javiera, una de las que protagoniza La invitada, de Simone de Beauvoir, dice:

Estoy tan asqueada de mí

De esta impresión horrible de sí, surge todo lo que sigue como una especie de confesión: “he sido demasiado cobarde”, “me aburro… me aburro horriblemente”, “ya nada me conmueve… estoy gastada”. El espanto de una vida anestesiada y desgastada. No hay dinamismo, conmoción... En los relatos de Marguerite Duras, normalmente cargados de autobiografía, muchos personajes padecen esta compleja sintomatología. “Asco de vivir”, es la experiencia de la madre en Un dique contra el Pacífico. El fracaso es una clave de comprensión de ese espantoso asco vital: “Todas sus derrotas formaban una red inextricable y dependían tan estrechamente unas de otras que no se podía tocar ninguna de ellas sin arrastrar a todas las demás y desesperarla”.

Pero fuera de la ficción literaria -que no es ficción humana-, también sabemos de la náusea y el asco existencial. G. Agamben desarrolla aspectos de la relación de cada uno con su cuerpo. Se refiere, entre otros, a lo escrito por E. Lévinas. Es, lo sabemos cada uno, una relación llena de complejidades y paradojas. De Lévinas toma tres palabras para explicar lo difícil de la relación: vergüenza, náusea y necesidad. Aquí nos interesa la segunda. Agamben cita el siguiente texto:

La náusea es una presencia repugnante de nosotros para nosotros mismos… Hay, en la náusea, un rechazo a quedarse, un esfuerzo por salirse de ella. Mas este esfuerzo desde el inicio se caracteriza por su desesperación. En la náusea, que es una imposibilidad de ser lo que se es, estamos al mismo tiempo enclavados a nosotros mismos, ceñidos en un círculo que nos sofoca.

La nausea expresa la terrible y autodestructiva sensación de quienes sienten asco de sí mismos. El desprecio de sí que carga esta náusea, el desagrado de la propia existencia, tantas otras pésimas sensaciones, son un lento suicidio, se concrete o no materialmente.

El cansancio es otro posible síntoma de la amenaza del tedio. Obviamente que no se trata del cansancio que podemos resolver con un par de días de ocio y descanso. Es la experiencia desoladora de quien está cansando de la vida. Es un agotamiento como el que Stefan Zweig imagina en la difícil vida de Georg Friedrich Händel. Una noche agobiante de verano, Händel va a un parque.

Ahí, en la inmensa sombra de los árboles, donde nadie lo podía ver ni atormentar, se sentó cansado, porque ese cansancio le pesaba como una enfermedad, cansancio de hablar, de escribir, de tocar, de pensar, cansancio de sentir, cansancio de vivir.

No le viene porque sí o de golpe sin explicaciones. Las circunstancias de la vida lo llevan a ese lugar. A pocos pasos del precipicio del tedio queda ese cansancio de la vida.

Quizá, antes aun del colapso y sin tanta gravedad, el malhumor. Pero no el de unos días excepcionales en una vida de habitual optimismo y bienestar. Es un malhumor estructural y que manifiesta el tipo de vínculo con los otros y con el mundo. El malhumor de una casi permanente sensación de desajuste. O sea, un malhumor que, a mediano o largo plazo, puede que acabe en náusea y asco.

Darwin o el origen de la vejez, del argentino Federico Jeanmaire, es una buena lectura sobre el malhumor de cada día que podría ser el antecedente del tedio. Por supuesto, nadie nace con malhumor. Y, probablemente, antes del imperio del malhumor, haya habido muy buenas expectativas en la vida de todos. En esta historia, así ocurre: “He esperado el amor y he esperado por un mundo distinto”. Pero, parece que la espera devino cansancio y decepción. Y, en el puntual caso del amor de Rut, hay “ausencia... manifiesta ausencia”. Luego, se acaban imponiendo otras sensaciones. Se acaba “molesto con el mundo como casi siempre”; acostumbrado a “enojarme como casi siempre contra el mundo”. Ya asoma el hastío.

El tedio -spleen- fue importante en la vida y en la obra de Ch. Baudelaire. Ya no es ni ficción ni teoría, es poesía, la síntesis y la superación de ambas. Es uno de los mejores testigos y maestros sobre el aburrimiento vital. Un repaso a las expresiones de Baudelaire nos acerca a imaginar de qué se trata:

  • Es la idea misma de vida como “¡un oasis de horror en el centro de un infierno de tedio!”.
  • “Fue el hastío lo que hizo cruel tu alma”.
  • Es “el fuerte abrazo del Asco”.
  • Es un recurso de “Destrucción” del “Demonio”.

De la vida y de los escritos de Baudelaire surge un interrogante para la posible explicación. Tanto tedio, hastío, aburrimiento, angustia, languidez, melancolía…, todo tan vital o, mejor, tan fuente de debilidad existencial, ¿no tiene que ver con las “estúpidas orgías”? O sea, con confiar la sensación de plenitud existencial a realidades y experiencias impotentes. Buscar la infinitud en lo limitado. Con avanzar “meciendo el infinito nuestro sobre finitos mares”. Las “estúpidas orgías” recogen en sí “el vino”, “el opio”, los “placeres furtivos”, el “antro”, la “Diosa Sensualidad”, la “reina Sensualidad”, “el burdel” y “la Lujuria” con sus “placeres espantosos y dulzuras terribles” (los mismos que “la Muerte”), los “vinos traicioneros”, “el viaje”.

El tedio tiene algo que ver con el agotamiento de todo lo que nos rodea y el ansia infinita de nuestro espíritu. Ante todo el universo que descubre el viajero, Baudelaire interroga “¿Y qué más?, ¿y qué más?”. Y es que si, por un lado, el mundo es “grande a la luz de las velas”, por el otro, “qué pequeño visto desde el recuerdo”. La misma muerte queda encallada en esta experiencia. El que muere, exclama: “¡Y qué!, ¿eso era todo?”. A cada rato el poeta, harto/hastiado de aburrimiento, expresa sus pretensiones infinitas: “mi insaciado espíritu”, “gusto por lo eterno”, “cariño incorruptible”, “lo que no tiene extremos”, “lo ilimitado”, “el eterno deseo” que “nos seguía inquietando”. Pero parece que no acierta a la fuente donde abrevar su infinitud humana. Que, si es infinitud -y lo es- es divina.

E. Arroyo explica el sentido del tedio en el poema de Baudelaire, Al lector:

no es un mal en el mismo sentido que la estupidez, el error, la mezquindad, la inconstancia, el asesinato o la piromanía, sino un estado que abre la puerta a todos los males, el terreno donde crecerán las flores del mal. Su particularidad es no ser nada, y por no ser más que vacío u oquedad puede dar cabida a todo.

Del tedio pueden surgir barbaries inhumanas. El tedio contiene un potencial negativo de horrorosas posibles consecuencias. Hay quien se aburre y hace el mal. No es tan simple, pero es fundamentalmente así.

All you need is love

Como siempre para lo humano, el amor es la salida de cualquier entuerto existencial. Amor en cualquiera de sus versiones, así que no sólo el de la pareja. Quien ama no se aburre. Así que, es muy probable, que quien sufre el tedio de la vida, carezca de verdaderos amores.

“Tedio mortal” es lo que vive Anastasio hasta que el amor lo rescata. El amor que asalta es el título que Unamuno le puso a ese cuento. Está bueno pensar así el amor, como el ímpetu de una energía que asalta y conquista una fortaleza. Puede ser la oscura fortaleza del tedio y cualquier otra.

¿Qué es eso del Amor…? ¿Sería una mera ficción, o acaso un embuste convencional con que las almas débiles tratan de defenderse de la vaciedad de la vida, del inevitable aburrimiento? Porque eso sí, para vacuo y aburrido, y absurdo y sin sentido, no había, en sentir de Anastasio, nada como la vida humana… Arrastraba el pobre Anastasio una existencia lamentable, sin estímulo ni objetivo para el vivir, y cien veces se habría suicidado si no aguardase, con una oscura esperanza a prueba de un continuo desengaño, que también a él le llegase alguna vez a visitar el Amor.


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