Inmortal e indomable capitalismo, episodio 1
Es un mercado libre, no un mundo libre
El subtítulo de
estas páginas está tomado de las palabras de un corrupto agente de la CIA a Manny,
narcotraficante mexicano. Es una escena de la película de acción Armados y
peligrosos. No es tan buena la película, pero es muy buena la frase. Esta
es la prioridad del capitalismo en todas sus versiones: la libertad. Pero no de
las personas y los pueblos, sino del mercado, las finanzas, los rendimientos,
el comercio, la especulación, el lucro, la acumulación, etc. Por supuesto, los
discursos sí que se repiten sobre la libertad de las personas. Los hechos
seculares desmienten los discursos.
Para la lectura
de estas páginas, es valioso advertir que, en general, no tomamos el parecer de
técnicos o peritos sobre el tema que procedan del ámbito de la economía o la
política. La mayoría de las referencias proceden de la literatura, de la
filosofía, de la teología y el pensamiento religioso. Entre sus valores se
cuenta una especial sensibilidad para hacer propios los padecimientos de los
más desfavorecidos. Lo que escriben, lo que piensan, lo que experimentan, tiene
que ver, además, con un lúcido y profundo humanismo.
Hay una base
ética, antropológica, histórica, que parece impulsar la supervivencia del
capitalismo y su permanente reinvención. A los seres humanos nos encanta el
dinero -en todas sus versiones, metálicas, inmobiliarias, productivas,
financieras, cripto...-. A Archie Ferguson, personaje de Paul Auster, se
lo revela su abuelo. Así se va estableciendo la tradición:
Todo el mundo quiere dinero. Todo el mundo necesita dinero…
Se quiere más que
se necesita. La sensación de una necesidad cada vez mayor es parte de la
exitosa estrategia del capital. La historia humana va sobrada de testimonios
sobre lo mucho que nos gusta la plata. La literatura en sus variados géneros
recoge este problema tan antiguo como el humano. Mucha de esa literatura es
fundacional. De ella proceden religiones, culturas, idiosincrasias. Así que no
es un dato menor o una especie de exquisitez culturista.
Un buen ejemplo
son los cuentos populares europeos. Montón de esas historias acaban en un final
feliz de riqueza y prosperidad económica. Si hay pobreza o sobriedad es tan
sólo un episodio de transición, una desgracia, hasta un posible signo de
maldición. Lo ideal es que se trate de una historia transitoria, a superar por
grandes virtudes de los protagonistas y/o por intervenciones divinas o mágicas.
La austeridad no es virtud. Y son todas historias en contexto cristiano. O sea
que, a pesar de Jesús, no pudimos sacarnos la idea de que al final está bueno
ser ricos. Y hasta representa una bendición. Encima, ser rico y ser feliz están
habitualmente asociados. Se pueden leer como ejemplo, Los ducados caídos del
cielo, La ondina del estanque,
o varias historias más de la tradición germana, recogidas por los hermanos
Grimm. Es posible reconocer la bendición de las riquezas en muchas de estas
historias. Y en muchas de las historias de todas las culturas.
También se
encuentra algo similar en gran cantidad de narraciones del mundo árabe y del
mundo judío. El YHWH judío suele prometer abundancia de bienes a la fidelidad
de sus elegidos y de su pueblo: tierras, frutos, metales, ganado... Y si no
llega YHWH mediante, ya se encargarán ellos mismos de obtener el botín -con la
bendición de Dios, por supuesto-.
La historia de
Job puede ser un buen ejemplo. Un hombre muy rico que cae en desgracia. En una
sucesión de eventos desafortunados, va quedándose sin nada. Nadie atina a
entender y explicar lo sucedido, porque no hay desgracia sin pecado que purgar.
Pero Job destaca por su integridad. Al mismo Dios se le oye decir: «es
un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal». Se intuye un cambio significativo
en una idea ya consagrada que asocia santidad con bienestar y riquezas. Pero
no. Sólo se aprende que un justo también puede sufrir -no es poco lo que se
aprende, por cierto-. Pero, la redención del justo llega de la mano de más
riquezas que las que tenía al comenzar la historia.
El Señor cambió la suerte de Job, porque él había intercedido en favor de sus amigos, y duplicó todo lo que Job tenía. Todos sus hermanos y sus hermanas, lo mismo que sus antiguos conocidos, fueron a verlo y celebraron con él un banquete en su casa. Se compadecieron y lo consolaron por toda la desgracia que la había enviado el Señor. Y cada uno de ellos le regló una moneda de plata y un anillo de oro. El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. Él llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas.
Seda roja es una historia que transcurre...
en una época en que todo el mundo ansiaba ganar dinero…
O sea, en una
época sin época. «En estos tiempos la gente no valoraba más que el dinero».
O sea, en estos tiempos sin tiempo. En esa época sin época -o de toda época-,
en esos tiempos sin tiempo -y de todos los tiempos-, Qiu Xiaolong ubica dos
historias de una China comunista en sus discursos, cada vez más capitalista en
los hechos.
El amante de
lady Chatterley, una de
las muy buenas historias escritas por David H. Lawrence, es una excelente
lectura sobre los estragos sociales del capitalismo a principios del siglo XIX.
Es una historia de amor, por supuesto. Pero eso también es parte del drama.
Hasta el amor se complica cuando el capital infecta la vida humana. Al comienzo
de la historia nos enteramos de la debacle en la vida de Connie.
Todas las grandes palabras, pensaba Connie, estaban canceladas para su generación: amor, alegría, felicidad, hogar, madre, padre, esposo, todas esas palabras grandes y dinámicas estaban ahora medio muertas, y agonizaban a ojos vistas.
La vitalidad que
le falta al amor y a todo lo que de él depende, parece que abunda en otras
realidades...
¿El dinero? Tal vez de eso no podía decirse lo mismo. El dinero siempre venía bien. Dinero. Éxito, la diosa-perra, como Tommy Dukes insistía en llamarlo, siguiendo a Henry James, eso era una necesidad permanente. No podías gastar hasta la última moneda y al fin decir: ¡Y eso es todo! No, si vivías siquiera diez minutos más, necesitabas algún dinero más para esto o lo otro. Al menos, para que las cosas siguieran funcionando mecánicamente, hacía falta dinero. Había que tenerlo. El dinero había que tenerlo. En verdad no era necesario tener otra cosa. ¡Y eso es todo!
Pues desde luego no es tu culpa si estás vivo. Una vez que estás vivo, el dinero es una necesidad, y la única necesidad absoluta. Puedes prescindir de todo lo demás, llegado el caso. Pero no del dinero. ¡Enfáticamente, eso es todo!
Connie, de a poco, se ha ido quedando sin nada.
Quizá es bastante lógico llegar a este puerto:
¡Haz dinero! ¡Hazlo! De cualquier parte, ¡arráncalo del aire! ¡La última hazaña para enorgullecerse humanamente! Lo demás, puras pamplinas.
Mellors, futuro amante de Connie, piensa
en un buen consejo -verdaderamente revolucionario- que debieran escuchar los
trabajadores de las minas. Ellos también han sido conquistados en sus mentes
por lo que no tienen, pero que abunda en las cuentas de sus amos:
a veces he pensado que si tan sólo alguien lo intentara, aun aquí entre los mineros. Ahora hay poco trabajo, y no ganan demasiado. Si un hombre pudiera decirles: No piensen sólo en el dinero. Si de necesidades se trata, necesitamos pocas cosas. No vivamos para el dinero.
El dinero es un
ansia, un deseo, una pasión universal. Pocas cosas son más igualitarias y
democráticas que el deseo de plata. La seducción del dinero no discrimina. El mismo
Mellors reflexiona sobre la preocupación por el dinero entre los pobres:
se estaba transformando en la única preocupación de esas gentes. La preocupación por el dinero era como un gran cáncer que devoraba a los individuos de todas las clases. ¿Y entonces qué? ¿Qué ofrecía la vida aparte de la preocupación por el dinero? Nada.
El dinero tiene
una eficaz energía homogeneizadora. No porque se reparta con justicia y porque
ese reparto ayude a alcanzar la utopía del bienestar común. Lo que es homogéneo
es el deseo del dinero y el poder de atracción que tiene. Ante esto, no hay
diferencias ni clases. Esa es la conclusión del análisis social que hace Connie,
también de la historia de El amante de lady Chatterley:
pensaba que las clases inferiores se parecían muchísimo a todas las demás clases. Siempre lo mismo una y otra vez, ya en Tevershall o Mayfair o Kensington. Hoy día había una sola clase: los aficionados al dinero. Aficionados y aficionadas. La única diferencia era cuánto tenías, y cuánto querías.
El problema con
el dinero es que no suele conformarse con generar un simple atractivo bajo el
control de la ética. Normalmente crece hasta la codicia. Son muchos los autores que dan a entender el
surgimiento y la consolidación del capitalismo como un proceso que, en el fondo, está alimentado
por el espíritu de la codicia. Lo que acabó ocurriendo es que la ambición, el
lucro, la codicia, adquirieron un marco legal y se integraron a la sociedad
como si de virtudes se tratasen.
CONTINUARÁ...
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