Inmortal e indomable capitalismo, episodio 2

Los principios del capitalismo

El capitalismo, como cualquier ideología, ha elaborado principios teóricos. Tal como han sido imaginados al principio y como se sostienen hoy, hay principios sagrados como mandamientos, cuya práctica se parece, por los supuestos y esperables resultados, a conjuros chamánicos. Se necesita, para esos principios, tanta fe como la que se critica para los postulados religiosos. Requiere tanta fe creer en Moisés abriendo el Mar Rojo o en Jesús caminando sobre el agua, como creer en la armonía espontánea del mundo por la liberación discrecional e irrestricta de las fuerzas del mercado.

Lo principal y a lo que todo se subordina es la ideología y el sistema global que propugna. Los fundamentos de la ideología apuntan a un modelo de mundo, de sociedad, de Estado... de ser humano -evitamos deliberadamente la palabra “persona”-.

En El amante de lady Chatterley, David H. Lawrence, que supo leer muy bien lo que estaba ocurriendo en la tierra de origen del capitalismo, escribe unos párrafos que funcionan muy bien como panorama general. Aparecen allí las ideas sobre propiedad, producción, trabajadores, cuestiones sociales... que se irán consolidando con el tiempo.

David Herbert Lawrence

Clifford y Connie, marido y mujer, discuten sobre el futuro de los trabajadores de las minas y cómo modificar las cosas para impedir las huelgas y los reclamos. Connie pregunta por un posible «entendimiento mutuo». «Desde luego: cuando ellos comprendan que la industria está antes que el individuo», contesta su marido. Lo que sigue es la discusión sobre la propiedad de la industria. Clifford expone uno de los mandamientos:

La posesión de la propiedad se ha convertido ahora en una cuestión religiosa: como lo ha sido desde Jesús y San Francisco. La cuestión no es tomar todo lo que tienes y darlo a los pobres, sino usar todo lo que tienes para estimular a la industria y dar trabajo a los pobres. Es el único modo de alimentar todas las bocas y vestir a todos los cuerpos. Ceder con todo lo que tenemos a los pobres implica hambre para los pobres tanto como para nosotros. Y la hambruna universal no es algo deseable. La pobreza es fea.

-¿Pero la desigualdad?

-Eso es destino. ¿Por qué el astro Júpiter es más grande que el astro Neptuno? ¡No puedes ponerte a alterar la configuración de las cosas!

La discusión se extiende y llega a la idea que Clifford -y el sistema- tiene sobre la condición de los trabajadores.

No son hombres. Son animales que tú no comprendes, y nunca podrías comprender. No deposites tus ilusiones en otra gente. Las masas fueron siempre iguales, y siempre serán iguales. Los esclavos de Nerón diferían en poco de nuestros mineros o de los obreros automotores de la Ford. Me refiero a los esclavos de Nerón que trabajaban en las minas y los campos. Son las masas: ellas son lo inmutable. Un individuo puede surgir de las masas. Pero su surgimiento no altera a la masa. Las masas son inalterables. Es uno de los hechos más contundentes de la ciencia social. Panem et circenses! Sólo que hoy la educación es uno de los malos sustitutos del circo. El error de hoy es que hemos descuidado profundamente la parte circense del programa, y envenenado a nuestras masas con un poco de educación.

Sigue Clifford, sacerdote del liberalismo, con sus teorías sociales sobre «el proletariado»:

lo que ahora necesitamos empuñar son látigos, no espadas. Las masas han sido gobernadas desde el principio de los tiempos, y tendrán que serlo hasta el fin de los tiempos. Es pura farsa e hipocresía decir que pueden gobernarse a sí mismas.

Es un sistema intolerante y absolutista. No es capaz de acoger la diferencia y la disidencia. No hay que dejarse engañar por la infinita variedad interna y endémica -y endogámica-. Lo inaceptable es cualquier alternativa que pertenezca a otras ideologías, otros sistemas, otros estilos de vida, de sociedad, de Estado. El capitalismo, en los hechos, se manifiesta como “el no va más” de la evolución humana. Esto es parte de su avidez que no da opciones y de sus ansias de poder totalitario. Antes o después, todo queda entrampado en su dinámica y al servicio de sus objetivos.

Los amantes de la historia de Lawrence son conscientes de la prepotencia hegemónica del sistema en el que viven:

La culpa estaba allá afuera, en esas malignas luces eléctricas y en el rechinar diabólico de las máquinas. Allá, en el mundo de lo codicioso mecánico, mecanismo codicioso y codicia mecanizada, que centelleaba de luces y vertía metal caliente y rugía de tráfico, allá estaba la cosa vasta y maligna, dispuesta a destruir todo lo que no se adaptara a ella. Pronto destruiría el bosque, y las campanillas no florecerían más. Todas las cosas vulnerables debían perecer ante el hierro que rodaba y corría.

En este sistema viven su amor prohibido y su pasión Connie y Mellors. Él asume un compromiso ante la vulnerabilidad que percibe en ella.

La protegería con su corazón por un tiempo. Sólo por un tiempo, antes de que el insensible mundo de hierro y el Mammón de la codicia mecanizada los avasallaran a ambos, a ella como a él.

Al final, según nos consta hoy, el capitalismo conquista a sus más acérrimos enemigos. Y, aunque hace habitual uso de la violencia militarista, su mayor éxito ha ocurrido sin disparar una sola bala. El caso China, oriental y comunista, se ofrece como testigo del genio del capitalismo. En las varias historias protagonizadas por el inspector jefe Chen, suelen aparecer las menciones a la claudicación china. Parece que ya todos son conscientes que «la China socialista ha caído en las redes del capitalismo». Nube Blanca dice a Chen que «el capitalismo en China no se parece al de ningún otro país del mundo. Aquí lo único que importa es el dinero». El día que Nube Blanca logre salir a conocer el mundo, seguramente cambiará de opinión. En China y en todo el mundo capitalista existe casi la misma consideración sobre el dinero. Así que, en China y en todo el mundo...

cada vez era más difícil distinguir entre socialistas y capitalistas

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