Terrible la belleza

Hay un peso perturbador en la belleza y es un aspecto frecuentemente explicitado de la paradoja estética. La belleza puede ser terrible, insoportable su peso, indigesta su presencia, indiscernible su resplandor… Suele ocurrir que hay algo tremendo en la belleza. «Una terrible belleza ha nacido» es un verso repetido en el poema Pascua de 1916 del irlandés W. B. Yeats. Dicho poema se inspira en los trágicos acontecimientos del levantamiento contra el Reino Unido de los independentistas irlandeses. La expresión poética de Yeats ha quedado consagrada y describe bien episodios anteriores y subsiguientes de la historia de la belleza.

Gérard de Cortanze titula su biografía de Frida Kahlo, La belleza terrible. El mismo autor, en la novela que cuenta la historia de amor entre Frida y Trotsky, da cuenta del éxito de la presencia de la artista mexicana en París. Entre otras cosas, comenta: «en cuanto al Soir de Paris, bajo la pluma del gran crítico Niklos Décointay, alababa aquella “belleza convulsiva” que se expresa en la “belleza dramática de un cuerpo herido”». Más adelante, Trotsky hace un regalo a Frida y ambos recuerdan al poeta John Keats. Frida alude al poeta inglés: «Aquel que tanto habla de la “belleza terrible”». Y Trotsky contesta: «No tenía idea. Pero te queda de maravilla: ¡Frida o la belleza terrible!». Frida hizo de sus terribles dolores y del espanto de algunas experiencias vividas, obras maravillosas de la pintura.

La columna rota, por Frida Kahlo, 1944


Lo terrible es una dimensión, un aspecto, reconocido en la belleza divina. Quizá de ahí viene la complicada virtud del temor de Dios. Diadoco de Fótice describe a los ángeles ante Dios como «aterrorizados por lo insoportable de su Gloria». Recordar aquí que Gloria y Hermosura explican una misma realidad -y su experiencia-.

A la belleza la pueden opacar y ocultar, la fealdad y sus muchos cómplices. Camila Sosa Villada describe a una mujer que fue de mucha importancia en una etapa crucial de su vida y de su búsqueda de identidad. Una mujer muy marcada por sus muchas batallas. «A pesar de sus moretones y su mejilla cortada -cuenta Camila-, La Tía Encarna era la ferocidad de la belleza. No la belleza entera, sino una fracción doliente e inolvidable: la más feroz».

Lo terrible en la belleza nos pone en crisis, no es una mera polémica de teóricos de la estética. Lo vivimos, lo sentimos, lo sufrimos y lo disfrutamos. Rilke lo ha captado y así lo expresa en la primera Elegía de Duino:

porque lo bello no es nada

más que el comienzo de lo terrible, justo lo que nosotros todavía podemos soportar

y lo admiramos tanto porque él, indiferente, desdeña

destruirnos.

Sobre esta modalidad de la belleza o, mejor, sobre esta posibilidad de todo lo bello, trata Nietzsche cuando distingue entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Las divinidades griegas representan aspectos que parecen chocar entre sí, aunque pertenecen a la misma realidad de la belleza. Se trata de una contrariedad que percibimos en la experiencia estética. La belleza de Apolo es, según interpreta Umberto Eco, «la armonía serena, entendida como orden y medida». La de Dionisio, en cambio, es una belleza «perturbadora, que no se expresa en las formas aparentes, sino más allá de las apariencias. Se trata de una belleza alegre y peligrosa, totalmente contraria a la razón y representada a menudo como posesión y locura».

Eco también transcribe versos de Víctor Hugo que proponen una confrontación análoga:

la muerte y la belleza son dos cosas profundas

que contienen tanto azul y tanto negro,

que parecen dos hermanas terribles y fecundas

con un mismo enigma y un mismo misterio.

La literatura y la poética están plagada de testimonios de esta belleza que tanto nos contraría y nos desconcierta. En muchos sentidos, estos modos literarios nos explican mejor lo que los recursos teóricos ocultan. Edgar Allan Poe, por ejemplo, se refiere a la vivencia del protagonista de La caída de la Casa Usher: «era, en verdad, una noche tempestuosa, pero de una belleza severa, extrañamente singular en su terror y en su hermosura». En la vivencia de la belleza no hay contradicción entre las sensaciones aparentemente contrarias del terror y del éxtasis.

Al italiano Alessandro Baricco parece serle familiar esta estética de sentimiento encontrados. El protagonista de Novecento expresa su experiencia:

Todo ese mundo en mis ojos

Terrible, pero hermoso

Demasiado hermoso.

Y el mismo Baricco pone la siguiente confesión en boca de uno de los protagonistas de La esposa joven: «Era esa clase de belleza que yo encontraba desgarradora».

En todo esto hay que considerar, también, la situación de quien contempla la belleza. Las emociones ante lo bello, en quien está bajo el peso de la fealdad de la realidad, pueden oprimirnos y hasta desquiciarnos. En la confusa y caótica situación que vive el protagonista de La ley de la ferocidad, la belleza se vuelve en contra: «Cuanto más crece la conciencia de la belleza, más crece la desesperación, más honda se hace mi angustia». Irene Némirovsky escribe Los bienes de este mundo, en el contexto del inicio de la Segunda Guerra. Lo que les toca vivir, en el inicio del día, a Pierre y Agnés es cruel y dramático: «La belleza de aquel amanecer de primavera penetraba en el corazón y hacía daño, como si tanta dulzura ocultara una puntiaguda espina». Y antes que Irene, parece que Marguerite Duras se refiere a algo similar: «También estaba esto, aquella belleza profunda que parecía tener un sentido, como siempre la belleza, cuando desgarra». En el Diario de Hiroshima, del doctor japonés Hachiya, aparece el testimonio de un hombre que vio la nube mortal. Según cuenta Elias Canetti, «queda fascinado por su belleza: el brillante colorido de la nube, la nitidez de sus contornos, las líneas rectas que desde ella se propagan por el cielo».

Hay una experiencia incierta, paradójica, contradictoria, de la belleza en Charles Baudelaire. La belleza parece atormentarlo. Se comprueba sobradamente en Las flores del mal. En su Himno a la belleza, la declara: «Monstruo enorme, ingenuo y espantoso». La adjetivación de la belleza deja sabor a angustia, a perturbación, a tormento. La belleza es «triste», «tenebrosa», «lánguida», «rara». El renombrado título de su poemario ya sugiere mucho. El mal es capaz de florecer, de manifestarse a través de uno de los grandes símbolos de lo bello y del amor. Claro que hay que contextualizar a Baudelaire. Algo hay de contestatario y de rupturista con su época. Adhiere al uso habitual de palabras como bello y feo, bien y mal. Pero acoge lo feo y lo malo en su mundo y en sus versos, polemizando y dando lugar a que revisemos categorías, conceptos e ideas. Actitud siempre aconsejable. Es probable que mucho de lo que venimos calificando como malo o como feo, no sea ni tan malo ni tan feo -y viceversa-. E, incluso, quizá tengamos que cambiar muchas cosas de bando.

La belleza tiene, pues, un aura trágica; su beso es mortal


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