Inmortal e indomable capitalismo, episodio 3

 El mercado

El mercado y su completa libertad de acción es una de las pócimas mágicas del capitalismo. Con variantes teóricas a lo largo del tiempo, conserva sin embargo su esencia. Las fuerzas del mercado libre son capaces por sí mismas de organizar la vida y dar armonía a la sociedad. En los discursos y en las políticas de nuestro tiempo se encuentran muchas referencias ilustrativas. Algunos de los mandamientos de la teoría del mercado se pueden escuchar casi a diario. Se puede pensar, por ejemplo, en la ley de la oferta y la demanda.

Una de las consecuencias inmediatas de la prioridad del mercado es la mercantilización de la realidad. Todo es susceptible de ser tratado como mercancía, personas incluidas. Y, en el conjunto de las personas, lo habitual es que sean los más desfavorecidos quienes sean más mercantilizados.

Sergio Rascovan, desde una perspectiva social sensible con los sectores más vulnerables, advierte la necesidad de desactivar política y democráticamente la tiranía del mercado.

Las alternativas para cambiar las situaciones sociales de desigualdad e injusticia son siempre políticas, no técnicas. Para lograr que los sujetos vulnerabilizados sean sujetos de derechos será necesario democratizar nuestras sociedades, lo que significa desmercantilizarlas. Es decir, rescatar como derechos lo que el neoliberalismo impuso como mercancías. Más allá de los esfuerzos de profesionales e instituciones, será necesario contar con una sociedad más justa para que los sujetos más vulnerabilizados recuperen sus derechos universales en una sociedad centrada en la esfera pública.

Sostener un pensamiento crítico en la actualidad es enfrentar con firmeza la modalidad asumida por el capitalismo en el período histórico contemporáneo. La polarización fundamental en la era neoliberal se verifica entre la mercantilización absoluta de la vida y la esfera de los derechos, de los ciudadanos, de la inclusión social. El neoliberalismo, al desmantelar el Estado social, ha intentado imponer la engañosa opción entre lo estatal y lo privado. La disyuntiva es otra. Es la que se da entre la esfera mercantil y la esfera pública. El eje de análisis está en la cuestión del poder: un poder que no solo oprime, sino que fabrica consensos, establece la orientación subjetiva y produce una trama simbólica que funciona naturalizando las ideas dominantes, ocultando su acto de imposición.

La teoría liberal tiene clara la prioridad del mercado, de lo económico y lo financiero. Estos ámbitos se imponen victoriosamente por sobre lo político y lo social. Estableciendo estas prioridades, se modifica el esquema humanizador, que hace de la política el punto de referencia para todos los otros aspectos de la vida en sociedad.

El complemento de la hegemonía del mercado es la ausencia del Estado. La historia muestra que este dogma del capital dura hasta que el mercado y los privados requieren ser rescatados. Y, por supuesto, el rescatista acaba siendo aquel a quien el liberalismo suele considerar un inoperante entrometido: el Estado. Esta es una de las críticas que Emma Goldman hace al «individualismo a ultranza». Se trata de un «individualismo depredador» pero «realmente flojo». O sea que, «al más mínimo problema, este individualismo acude a refugiarse al amparo del Estado y gimotea por su protección». Hay que advertir que, entre los aliados del mercado, se encuentran el individualismo y la privacidad, también principios sagrados del liberalismo.

La justificación para ausentar al Estado viene del resguardo de la privacidad. En el Occidente moderno y liberal se consagran tres espacios de privacidad en la que lo público y el Estado no tienen injerencia. Sobre esos espacios escribe la filósofa turca, Seyla Benhabib. Uno es el de «la conciencia moral y religiosa»; otro, el de la intimidad familiar y sexual; finalmente, el espacio privado de «las libertades económicas». En este último caso, la «privacidad significa primero y principalmente la no interferencia del Estado político en el libre flujo de las relaciones mercantiles y en particular la no intervención en el libre mercado de la fuerza de trabajo».

Pero, el principal producto del mercado liberal, la joya de la corona, es el dinero. Lo financiero copa lo económico. No hay mejor trabajo que hacer trabajar al dinero. No hay mejor puesto en el mercado que las cuevas -las legales y las ilegales- en las que se mueve el dinero. No hay siembra más productiva que la del dinero, inmune a problemas climáticos y pestes, capaz de germinar dinero sin restricciones estacionales.

La adoración de Mammon, de Evely Morgan, 1909

La reencarnación de Mammon

Breve historia sobre Argentina 2024

«No hay plata», escucharon decir al pretendiente a libertador, millones de personas que ya lo sabían. Es algo que están aprendiendo hace años, generación tras generación, sin que nadie se los tenga que decir. Lo saben por sus experiencias de consumidores de miserias. El deprimente «No hay plata» se impuso en el diálogo cotidiano. Se transformó, como tantos proverbios de la historia de la demagogia, en mecanismo humorístico de defensa. Repetirlo oportunamente daba cierto placer al inconsciente colectivo. Hace siglos que hemos aprendido que, cuando falta el pan, distraemos al estómago con el humor. Quizá por esto, quienes nunca sufren hambre, tampoco se llevan bien con el humor. Se llevan bárbaro con el fingimiento.

El mismo que, desde los subsuelos sombríos y asfixiantes de la depresión, nos anunciaba «No hay plata», aparecía otra vez en las pantallas, un mes después. La deprimente tristeza de sus gestos se había transformado en infantil excitación. Con la exaltación saliéndose por sus ojos brillosos, anunciaba más de 20 días consecutivos de compra oficial de dólares. En tan solo un mes, se habían comprado 4.333 millones. Parecía que eso ojos alterados por la obscenidad financiera, iban a saltar de sus órbitas. Ese mes, que anticipaba la mayor revolución que el país haya conocido jamás, habíamos juntado 23.976 millones de dólares. Esto marchaba, este era el camino. La exaltación se notaba también en los rostros del decorado que formaban los obsecuentes de siempre. Acompañaban con sus asentimientos mecanizados hasta el cinismo, las primeras conquistas de una inédita libertad. Pero en este caso, los millones que bien sabían que «No hay plata», no sabían tan bien de qué se trataban los otros millones. Porque hay saberes que no se adquieren si no es experimentan. Y este, el del bienestar, es uno de esos. Ni hablar el de la abundancia.

Pero, en verdad, la ignorancia de los millones acerca de los otros millones, no es un verdadero problema. Justamente porque ellos, los millones que ya saben que «No hay plata», no saben qué son tantos millones. Probablemente nunca lo sepan, porque pertenecen a la casta que nunca la supo, desde que empezaron a ser menos importantes que los otros millones.

Lo que de verdad importa es hacer trabajar estos millones y que aquellos millones sigan trabajando, porque «No hay plata».

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