Pero si alguien escandaliza a uno de estos pequeños...

¿Cuál es el contexto de estos párrafos? La enseñanza de Jesús sobre los niños como los dueños del Reino de Dios. Algo aún no del todo entendido, tras miles de años de adultocentrismo. 

La enseñanza sobre la infancia espiritual que trae Mateo en el capítulo 18, se completa con una terrible y amenazante advertencia. Las palabras en boca de Jesús –de tonalidad mafiosa y que bien podrían salir de alguna boca del clan Corleone o Soprano- están justificadas por su pasión insobornable por los niños. Parece que no hay para Jesús como los pobres, los niños y las mujeres. El conjunto de los intocables de su tiempo y de muchos otros tiempos, también aún de nuestro tiempo.

Pero si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan pero ¡ay de aquel que los causa!

(Mt 18, 6-7)

Es el mismo Mateo quien relata una de las historias emblemáticas de la crueldad humana -inhumana- contra los niños. Se trata de la barbarie paranoica de Herodes, que parece hasta un paradigma, por cómo repetimos en distintas escalas esta conducta infanticida. Vale hoy pensar en la locura herodiana con que se bombardea Gaza, como si fuera habitada sólo por adultos terroristas.

Niños de Gaza en 2024


Sobre la historia de los niños masacrados por Herodes escribe Federico García Lorca uno de sus Poemas en prosa y lo titula Degollación de los Inocentes.

Toda la sangre estaba ya cristalizada cuando comenzaron a surgir los faroles. Nunca será en el mundo una noche igual. Noche de vidrios y manecitas heladas.

Los senos se llenaban de leche inútil.

Es la niñez, la infancia, perturbadora del universo adulto. Lo extremo de Herodes puede justificarlo como paradigma. Así quedan integradas las variadas crueldades adultas. Todos los escándalos con que ponemos obstáculos más o menos insalvables en el camino de nuestros niños.

Hay una versión del escándalo en la niñez que es una experiencia de las varias posibles de autolesión o autosabotaje.  Se trata de “escandalizar” al niño que yo soy. Cuando el tropiezo del niño lo provoca el adulto en que ese niño se ha convertido. Infinidad de nombres posibles: desilusión, frustración, mediocridad, fracaso, decepción, desengaño, estafa, traición...

Luis Eduardo Aute, escribió y canta El niño que miraba el mar. Explica bien lo que aquí queremos explicar. ¡Cuánto, y cuán bien, saben los poetas!

Cada vez que veo esa fotografía

que huye del cliché del álbum familiar,

miro a ese niño que hace de vigía

oteando el más allá del fin del mar.

Aún resuena en su cabeza el bombardeo

de una guerra de dragones sin cuartel,

su mirada queda oculta pero veo

lo que ven sus ojos porque yo soy él.

Y daría lo vivido

por sentarme a su costado

para verme en su futuro

desde todo mi pasado

y mirándole a los ojos

preguntarle enmimismado

si descubre a su verdugo

en mis ojos reflejado

mientras él me ve mirar

a ese niño que miraba el mar.

Ese niño ajeno al paso de las horas

y que está poniendo en marcha su reloj

no es consciente de que incuba el mal de aurora

ese mal del animal que ya soy yo.

Frente a él oscuras horas de naufragios

acumulan tumbas junto al malecón

y sospecha que ese mar es un presagio

de que al otro lado espera otro dragón.

No es fácil explicar esta manera de escandalizar la niñez. Sobre todo, porque hay que evitar cargar con culpas que hay que soltar. Pero es el obstáculo que nos ponemos a nosotros mismos cuando, en el proceso de adultos, vamos abandonando los sueños y las ilusiones de los niños que fuimos.

Hay excusas: Eran cosas de niños y hay que madurar. Nos lo decimos a nosotros mismos, como una impotente estrategia para aliviar la conciencia. Que sólo funciona cuando conseguimos ocultar la culpa en el inconsciente. Que, en definitiva, significa que no funciona. En el momento que somos capaces de pensar así, nos hemos atascado existencialmente en la ordinariez de los adultos.

Lo bueno es que el niño difícilmente muera. Quizá no dé muchos signos de supervivencia. Pero, lo más probable es que esté allí, un poco soterrado, quizá apenas dando bocanadas de moribundo. Pero, está y se mantiene como una enorme oportunidad.

Camila Sosa Villada, recuerda el final de Lourdes, una de las malas, y nos revela la esperanza final:

¿Habrá pensado Lourdes en sí misma como niño al final? En ese último instante en que el bicho ganó la guerra, ¿habrá estado preparada para encontrarse con su infancia? Para morir se debe preparar la casa, recibir al niño que supimos ser. Saber pedirle perdón por tanta traición cometida, por tanta mentira, por tanta sistemática decepción, por el mundo perdido, por tanta belleza pasada por alto.

Es una buena manera de pensar el juicio final tan mentado y amenazante. Tal vez no sea Dios quien nos pida cuentas. Quizá sea el mismo Dios el que ha previsto que, al final, demos cuenta al niño que fuimos. La autoevaluación se viene imponiendo como un mejor recurso pedagógico que las evaluaciones de terceros. Y suena como una excelente alternativa, porque no debe haber nadie con mejor predisposición a perdonarnos que el niño que fuimos. Ese niño que fui encarna la misericordia divina como nadie.

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