Hermosa la Verdad
Se llamaba
Galilea y lo había entendido todo. No todo en modo entendimiento divino,
obviamente. Pero, si de modos humanos se trata, y de eso se trata, entonces,
Galilea había entendido todo. Porque, en este caso, hay licencia lingüística para
que “todo” refiera la esencia de lo que hay que comprender en la vida. Ese “todo”,
seguramente, no estaba aún a nivel de conciencia. Pero -gracias sean dada a uno
de los grandes austríacos judíos- ya estaba muy arraigado en la Galilea inconsciente.
Y con sólo 15 años. Sólo faltaba la vida que va haciendo florecer la esencia
seminal de la inmensidad humana.
¿Qué había
entendido? Ya dije que todo. Pero ese “todo” significa cantidad de cosas. Había
entendido que vivir es dudar y pensar. Pensar y dudar por uno mismo, no de
manera parasitaria. Que, además, después de dudar y pensar, se vive cuando lo
dudado y lo pensado se dice. Decir como versión de contar, narrar y comunicar. Siempre
fuimos narradores y decidores. La ausencia de la palabra nos deshumaniza. Galilea
había entendido, también, a criticar y discutir. No importa a quién y con
quién. Si no convence, se duda, se piensa, se critica y se discute. Es el camino
de la verdad cooperativa. La única real, además de la divina -que nos es
inaccesible-.
Cuando Galilea levantó la mano y me contradijo delante de todos, pensé: ¡Qué buena cabeza tiene esta chica! Aún no sabía de su hermosísimo nombre. Desde entonces no lo olvido. ¿Por qué no le contesté? ¿Por qué mi arrogancia no activó su enojo o su sarcasmo? “Porque decía la verdad”, sería una respuesta válida. Pero siento que no es la correcta. Con el paso de los días creo que fui comprendiendo mejor. Además de su lucidez y determinación, había algo en las maneras de Galilea. Lo que yo había dicho, de manera tan torpe y tan poco pensada, merecía una respuesta de rabia contundente y de época. Milenios de lastre patriarcal había en mis burdas palabras. Galilea levantó la mano como una caricia y entonces me contradijo. Fue la verdad lo que me domesticó, lo que me amansó, pero fue la verdad con que ella me acarició. Galilea es hermosa. Probablemente todos sus compañeros lo reconocerían. Pero Galilea es hermosa, sobre todo, por la ternura en su decir la verdad.
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