Sin un tú no hay un yo...

 

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artin Buber es un filósofo judío austríaco del siglo pasado. Su pensamiento antropológico y social pone el énfasis en la importancia fundamental que el otro, como un , tiene para cada ser un humano -para cada yo- y para cada sociedad. Para Buber, el hombre real es aquel que dice yo y al que se le dice . Y esto no es metáfora o simple recurso descriptivo. Que yo pueda dirigirme a otro diciéndole tiene significación ontológica. Es un postulado de antropología. Por lo tanto, me hago a mí mismo, me constituyo como yo, como sujeto, en esta relación con otro. Lo que ocurre entre el yo-tú y, luego también, en el nosotros, no está al alcance de los conceptos psicológicos porque se trata de algo óntico. De esto no se puede ocupar la psicología o cualquier saber con acceso a los sucesos anímicos, emocionales, de conciencia. Para esto se requieren las competencias del metafísico, del filósofo antropólogo. Porque yo dependo del , dependo de otros, para mi propia consistencia y existencia. Según el mismo Buber, el ser humano se vuelve un yo en el tú. Así que no hay ser, no hay un sujeto, hasta que no hay alguien más que yo, hasta que no tengo ante mí o conmigo a alguien a quien decirle . Por eso, sólo cuando dos se dicen mutuamente “¡eres tú!” con todo lo que son, la morada del ser se da entre ellos. Maravilla de lo humano. Milagro de cada día. El ser -aquel que YHWH engendró con su palabra, aquel que adquiere su energía vital y existencial del Dios dijo – se engendra análogamente en la trivial cotidianidad de mi yo diciendo . Así que, si no hay otro, no existo con plenitud humana. Hay algo sin otro, pero habría que buscarle la precisa definición entitativa. Porque el yo real sólo aparece cuando entabla una relación con el otro. -Aquí cabría reflexionar sobre las patologías del espectro autista. Quizá, desde la antropología de la relación y del diálogo de Martin Buber, lo que ocurre en esas condiciones es la imposibilidad de decir y, por lo tanto, el drama de la incapacidad para autoconstituirse en un yo-.

En Buber también aparecen referidos el sujeto y la persona, para sumar palabras y conceptos de mucha y valiosa presencia en el pensamiento antropológico. El yo que surge, que nace y se constituye, en el vínculo con el , es persona y es sujeto. Enriqueciendo conceptualmente sus explicaciones, Buber atribuye al sujeto y a la persona lo que ya expresó sobre el yo. El yo de la palabra básica yo-tú aparece como una persona y adquiere conciencia de sí como subjetividad… La persona aparece en la medida en que entra en relación con otra persona.

Cuando se refiere al hombre como persona -distinto de individuo- Buber incluye el mundo, lo no humano, como contraparte para una interacción personalizadora. Nos hacemos a nosotros mismos, nos hacemos sí mismos, en el encuentro con el mundo. Dialogando con Carl Rogers, Buber da cuenta de la íntima comunión con el mundo que hace de cada hombre una persona. Una persona, yo diría, es un ser humano que realmente está con el mundo. Y estar con el mundo no quiere decir estar en el mundo, sino estar en contacto real con el mundo, en una verdadera reciprocidad con el mundo en todos los aspectos en que el mundo se puede encontrar con el hombre. Estar realmente, con contacto real, con auténtica reciprocidad, la reciprocidad propia del encuentro, todas expresiones y términos que habitualmente aplica a lo interhumano. Pero, dicho de nuestra relación con el mundo. Para Buber podemos con el mundo lo que podemos entre nosotros. Obviamente que se trata de una situación análoga y, por lo tanto, con desniveles diferenciadores. Por eso insiste en usar el mismo léxico. No digo encontrarme sólo con el hombre, porque muchas veces nos encontramos con el mundo en otras formas que las del ser humano. Esto es lo que yo llamaría una persona.

En el yo-tú hallamos el elemento distintivo y singular de la condición humana. ¿Qué es lo propio, singular e irrepetible, de lo humano? Lo que ocurre entre el yo y el -también será lo que ocurre entre nosotros-. Lo intersubjetivo, lo interpersonal, esa es la clave antropológica de Buber. Es el diálogo, la intercomunicación, el ida y vuelta del cara a cara entre personas. El hecho fundamental –aclara Buber- de la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza.

A la importancia de los pronombres en el pensamiento de Buber hay que sumar la importancia -mayor en algún sentido- de la preposición. Entre es una palabra imprescindible para comprender mejor lo que de constitutivo del yo, de la persona, tiene la relación yo-tú. El acento está puesto en la situación dialógica, no en las individualidades ni en la suma de ellas. No son las dos existencias por sí mismas y separadas las que protagonizan la historia de consolidación antropológica. El protagonismo en la identidad y el reconocimiento de lo humano pertenece a aquello que, trascendiendo a ambas existencias, se cierne “entre” las dos. Entre es el lugar, el ámbito, del encuentro. Con una expresión no carente de incógnita, Buber ubica el “entre” más allá de lo subjetivo, más acá de lo objetivo. Entre, en resumida expresión…

…es lo que hace del hombre un hombre… Sus raíces se hallan en que un ser busca a otro ser, como este otro ser concreto, para comunicar con él en una esfera común a los dos pero que sobrepasa el campo propio de cada uno. Esta esfera, que ya está plantada con la existencia del hombre como hombre pero que todavía no ha sido conceptualmente dibujada, la denomino la esfera del “entre” … No se trata de una construcción auxiliar ad hoc sino del lugar y soporte reales de las ocurrencias interhumanas.

Buber también da fuerza ontológica a lo que denomina hacerse presente el otro en mí. Cuando en la relación yo-tú consigo constituirme como yo mismo, el otro se constituye como sí mismo. Pero sólo en la medida en que es sí mismo para mí. Es la otra cara de la misma moneda humana. El otro adquiere una entidad, una identidad consolidada, tal cual la mía. Es un completamente equiparable a mi yo. Por eso, que alguien llegue a ser sí mismo para mí, explica Buber, no ha de entenderse psicológicamente, sino de forma claramente ontológica, y que por lo tanto ha de llamarse “devenir sí mismo conmigo”. Hay una toma de conciencia de sí y de mí que acontece en ambos términos de la relación dialógica entitativa. Hay, antes de la toma de conciencia, una realización del otro como sí mismo en su yo diciéndome . Para Buber es un devenir con toda la precisión y carga ontológica tradicional de dicho verbo. El devenir sí mismo del tú del otro ante mi yo, acontece sólo cuando el otro se sabe hecho presente como sí mismo por mí, y este saber induce el proceso de su más íntimo devenir sí mismo. Aquí Buber ha conseguido una silenciosa y omitida revolución en el pensamiento sobre el ser humano. No es el único, obviamente, que nos ha pensado como diálogo, como relación, como interacción personal, pero la potencia ontológica que le ha dado, merece muchísima más atención. Buber es una oportunidad de ruptura completa con todo tipo de egocentrismo, desde el más brutal y patético hasta el más sutil y perenne…

… el crecimiento más íntimo del ser sí mismo no se consuma, como gustosamente se cree hoy en día, a partir de la relación del ser humano consigo mismo, sino a partir de la relación entre uno y otro, o sea primariamente entre humanos y a partir de la reciprocidad del hacerse presente: a partir del hacerse presente el otro “sí mismo” y del saberse hecho presente como un sí mismo por otro, junto con la reciprocidad de la aceptación, la afirmación y la confirmación.

Buber propone una especie de sacramento de la confirmación humana, más católico -universal- que el de la tradición sacramental cristiana. [La versión de Buber renovaría fructuosamente nuestro tradicional sacramento de la confirmación]. Confirmarse uno mismo como sujeto, como persona, confirmar igualmente al otro, es un impulso que anida en la intimidad de cada hombre y mujer. El ser humano -explica Buber- quiere ser confirmado en su ser por otros y tener una presencia en el ser del otro. La persona necesita una confirmación pues el ser humano como tal la necesita… Busca en secreto y con timidez un “sí” que le posibilite ser y que sólo puede llegarle de una persona humana a la otra. Mutuamente es cómo los seres humanos consiguen el maná celestial del ser sí mismo. La confirmación de la antropología de Buber es la afirmación de la tremenda responsabilidad que cada uno tiene en la relación con el otro. Nos debemos, unos a otros, la mismísima condición humana. Nos debemos, entre todos, la historia, la vida, su significado, el destino.

Para que todo esto ocurra no se puede omitir el protagonismo esencial de la libertad. Para que sea humano ha de ser libre. Y, cuanto más determinante de lo humano, tanto más ejercicio de la libertad. Así que, en el mundo de lo interpersonal, del yo-tú reina la libertad. Ese mundo es el del diálogo, el mundo de la relación. En ese mundo, el yo y el tú están frente a frente en libertad, en una reciprocidad que no está determinada ni corrompida por ninguna causalidad. Ahí es donde el ser humano encuentra garantizada la libertad de su ser y del ser. Es de cara al como el yo sabe de su libertad y la ejercita. Yo y se saben y se experimentan libres en el entre de la relación. Sólo quien conoce la relación y sabe de la presencia del tú puede tomar decisiones. El que toma una decisión es libre, pues se ha situado ante el rostro. El vínculo yo-tú introduce a ambos en un espacio existencial abierto y en el que mutuamente se dan la oportunidad de la libertad. Buber confronta ese espacio del yo-tú con el sofoco del eso -la degradación del - y la fatalidad. Para quien se determine a ser yo, hay un mundo del tú que no está cerrado. Quienquiera que se dirija a él con todo su ser, con una creciente capacidad de relacionarse, hará suya la libertad. Y liberarse de la fe en la falta de libertad es volverse libre. Hay una continuidad onto-lógica. Ante y con el me voy haciendo cada vez más yo, más persona, más sujeto, más libre.

Dado que somos libres de construirnos o no, hay una alternativa. Buber lo sabe y le ha puesto nombre a la alternativa del . Puede que, en vez de un , que me humaniza y me personaliza y me da entidad, haya un eso. En este caso -repetido hasta el hartazgo infinito en la historia humana- ocurre que, sin el eso, el ser humano no puede vivir, pero quien sólo vive con el eso no es un ser humano. El acaba siendo un objeto para el yo -que en verdad nada tiene de yo- que no sabe del diálogo, del encuentro, de la interacción personal. Ese yo diluido, difuminado, no sabe de presencia del otro y, consecuentemente, experimenta un proceso deshumanizador de sí mismo.

Cuando al lo deformo y lo desestimo como eso, el yo se vuelve ego en el sentido egocéntrico y ególatra. El yo -que dejaría de ser tal- de la palabra básica yo-eso aparece como un ego. Si en el yo-tú hay un proceso de construcción y consolidación entitativa y antropológica, en el yo-eso hay un colapso de lo humano hasta de nivel ontológico.  En la medida –escribe Buber- en que el ego se separa de los demás, se aleja del ser.

Buber saca una conclusión escatológica y religiosa -moral, por tanto- de la reducción del tú al eso: si soledad equivale a ausencia de relación, Dios acogerá a quien ha sido abandonado por los seres a los que les dirigía el tú verdadero, pero no acogerá a quien abandonó a los seres. Aunque sea básico sigue siendo profundamente cierto: el cielo es encuentro, el infierno es aislamiento, y cada uno decide existencial e históricamente su destino.

El yo-tú, hasta el momento, comparten el aislamiento social. Estar en pareja no da por sentada la experiencia de la comunidad. Así que, Buber sabe que es necesario hacer explícito el paso que va del yo-tú al nosotros. El yo-tú tiene una imprescindible expansión social. El yo se hace uno mismo -aquí Buber hereda algo de Heidegger-, el se hace sí mismo. Pero, pregunta Buber, ¿existe, a estas alturas, algo paralelo en la relación con la pluralidad de los hombres? La respuesta básica es fácil. Claro que existe. Lo que corresponde al tú esencial en este plano del “uno mismo” lo denomino yo, en la relación con una pluralidad de hombres, el “nosotros” esencial. Y otra vez hay que hacer notar la potencia ontológica del devenir nosotros. Ahora, esta potencia metafísica, hay que aplicarla al mundo de la sociología. Los seres humanos -explica Buber- no existen antropológicamente en el aislamiento, sino en la totalidad de la relación entre unos y otros: sólo la acción recíproca hace posible comprender adecuadamente la humanidad.

El nosotros no existe mientras aquellos que lo forman no alcancen el nivel del yo, de lo personal, de la subjetividad, que sólo es posible gracias al . Sin la consolidación del uno mismo de todos, no hay todavía nosotros. No es el nosotros de las categorías sociológicas corrientes. En este sentido, cualquier grupo humano puede decir nosotros. De lo que Buber habla es de un nosotros como…

… una unión de diversas personas independientes, que han alcanzado ya la altura de la “mismidad” y la responsabilidad propia, unión que descansa, precisamente, sobre la base de esta “mismidad” y responsabilidad propia y se hace posible por ellas. La índole peculiar del “nosotros” se manifiesta porque, en sus miembros, existe o surge de tiempo en tiempo una relación esencial; es decir, que en el “nosotros” rige la inmediatez óntica que constituye el supuesto decisivo de la relación yo-tú. El “nosotros” encierra el “tú” potencial. Sólo hombres capaces de hablarse realmente de tú pueden decir verdaderamente de sí “nosotros”.

He mentado la sociología, lo social. Sin embargo, Buber prefiere lo interhumano. A lo interhumano le atribuye, como característica, el misterio del contacto, del diálogo, del encuentro, entre el yo y el que construye el nosotros. Lo interhumano evita la objetivación o cosificación del en un eso. Purifica las relaciones de mezquindades inhumanas y denigrantes. Impide la acción desintegradora del egoísmo que transforma la persona en mero individuo y la sociedad en simple grupo. Es lo social, pero como construcción permanente, como consolidación indefinida, del yo, del , del nosotros. Es lo interhumano lo que hace que cada yo experimente al otro como otro determinado, que cada uno se haga consciente del otro y justamente por eso actúe en consecuencia, considerando y tratando al otro no como su objeto, sino como su compañero en un proceso vital, aunque sea en un ring de box. Eso es lo decisivo: no ser objeto… La esfera de lo interhumano es la del uno frente al otro; a su despliegue, lo llamamos “lo dialógico”.

Buber finaliza su libro ¿Qué es el hombre? abriendo una optimista perspectiva antropológica…

para la ciencia filosófica del hombre, esta realidad nos ofrece el punto de partida desde el cual podemos avanzar, por un lado, hacia una comprensión nueva de la persona y, por otro, hacia una comprensión nueva de la comunidad. Su objeto central no lo constituye ni el individuo ni la colectividad sino el hombre con el hombre. Únicamente en la relación viva podremos reconocer inmediatamente la esencia peculiar al hombre. También el gorila es un individuo, también una termitera es una colectividad, pero el “yo” y el “tú” sólo se dan en nuestro mundo, porque existe el hombre y el yo, ciertamente, a través de la relación con el tú. La ciencia filosófica del hombre, que abarca la antropología y la sociología, tiene que partir de la consideración de este objeto: el hombre con el hombre… Podremos aproximarnos a la respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?” si acertamos a comprenderlo como el ser en cuya dialógica, en cuyo “estar-dos-en-recíproca-presencia” se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del “uno” con el “otro”.

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