Desde hoy ando por la vida como condenado…
Pende sobre mí una condena a muerte. “A vos viejo -me gritó el changuito desde la vereda, habiendo bajado del colectivo-, te voy a apuñalar”. ¿Cuántos años tiene? ¿Cuánto sabe qué significa apuñalar a un ser humano, a alguien tan como él? ¿Qué se le escapa del después del “apuñalar”? ¿Cómo imagina la vida siendo capaz de amenazar así?
Creo que fue una verificación de lo que explica la teoría
del “paso al acto”. Me dio la impresión que no era capaz de apuñalar a nadie.
El cuchillo de carnicero era su objeto de apego al envalentonamiento. Fue una
manera de plantarse en la vida ante los demás. Los demás que quizá no hacemos
lo suficiente para que tenga la simple valentía de simplemente vivir.
Media hora antes había tomado yo el colectivo que me lleva
del colegio donde enseño al Instituto donde aprendo -y viceversa, en esto de
enseño-aprendo-. Habitualmente comparto el viaje con muchos chicos,
adolescentes, niños. Muchos de ellos con la estética que es un mensaje de
resistencia y sublevación. Una estética nada uniforme, sumamente variada y
creativa, muy elocuente en su mensaje. Quizá el mensaje es de lo poco que todos
sí tienen en común.
Avanzando el recorrido, dos de esos chicos comenzaron un
enfrentamiento. Parecía que era un nuevo episodio de una historia con historia.
Había alguna situación vivida entre uno de ellos y el “hermanito” del otro. Así
que, lo que ahora ocurría, era reivindicación. Un hermano mayor -que no pasaba
de niño- en modo Dios de la Venganza. La cosa se ponía más y más intensa. Lo
que empezó como una bravuconada ya pintaba para paliza de ida y vuelta. No sé
exactamente porqué, pero no puedo evitar meterme. Sí soy consciente de la
profunda tristeza que esas situaciones me generan. Siento que no me inspira la justicia,
la paz, la convivencia, o lo que sea. Me motiva la tristeza que me generan esos
chicos y nosotros como sociedad.
Los que nos metimos fuimos yo y un par de mujeres jóvenes.
Fue una transgresión de varios minutos a la normativa del distanciamiento social.
Ningún varón se metió. Nada que sorprenda. Es lo normal. Había muchos varones y
mujeres que decidieron no meterse. ¿Por qué? ¿Qué les ocurre para no asumir su
responsabilidad humana? Creo que entre cobardía e indiferencia hay una
respuesta. Y que en cada una de estas actitudes se juntan varias más. Es fácil
disfrazar la conducta asumida: no está bien entrometerse. Pero, meterse no es
intromisión. No hay que confundir. Meterse es verdad social. Para construir el
nosotros, hay que meterse más.
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