EL SENTIDO

Caracteriza, también, al ser humano configurado a imagen divina el sentido de la vida. En Dios y gracias a Dios todo tiene un sentido. Conocido o ignorado, nada ocurre, se mueve, existe, sin sentido. Sentido de la existencia, de la historia, de la persona y la comunidad… sentido de la vida. Incluso sentido del sufrimiento y de la muerte. No pertenece de modo exclusivo al pensamiento teológico o cristiano. La necesidad, el deseo de sentido, viene inscrito en la intimidad personal. En la conciencia, en la intuición del corazón, creemos en o deseamos el sentido de todo.

Existe un deseo apasionado de sentido en el corazón humano. Su realidad representa la posibilidad cierta de no conformarse nunca, de aspirar siempre a más, de no rendirse al fracaso como persona. Según explica J. M. Mardones, el sentido en el ser humano es, para el pensador H. Blumenberg, “un impulso motriz que brota del deseo de que la inanidad no sea la última palabra” …

A la vida humana no le basta el reconocimiento de su ingente fracaso. Hay una rebelión contra todo lo que se considera un inútil esfuerzo. El ansia de sentido acaba por imponerse incluso al ansia de placer y desata la pregunta por el sentido, en un cosmos que no lo tiene y que no puede contentarse con menos que con un último fin metafísico de todo. Un colosal esfuerzo del pensamiento que le lleva por los caminos del mito, la religión y la metafísica y que yace oculto y soterrado en los vaivenes de nuestra vida cotidiana.

Si no imagináramos o sospecháramos el sentido nada se movería por iniciativa nuestra. Al menos nada significativo y con aspiraciones de perdurabilidad.

El sentido tiene importancia capital en la antropología de Miguel de Unamuno y se podría reducir a la indagación del para qué de la vida:

¡Saber por saber! ¡La verdad por la verdad! Eso es inhumano… Hay que buscar un para qué

Más aún: “Sólo nos interesa el por qué en vista del para qué; sólo queremos saber de dónde venimos, para mejor poder averiguar a dónde vamos”. El sentido será “vivir”. El “para qué” es la vida.

En Unamuno, es el interrogante por el sentido el que conducirá al reclamo de Dios. Esto ofrece un dato significativo para valorar la trascendencia que el sentido tiene para su vida y para sus ideas:

No para comprender el por qué, sino para sentir y sustentar el para qué último, necesitamos a Dios, para dar sentido al Universo.

Unamuno quizá exagera un poco su reflexión: “Es el furioso anhelo de dar finalidad al Universo, de hacerle consciente y personal, lo que nos ha llevado a creer en Dios, a querer que haya Dios, a crear a Dios, en una palabra. ¡A crearle, sí! Lo que no debe escandalizar se diga ni al más piadoso teísta. Porque creer en Dios es, en cierto modo, crearle; aunque Él nos cree antes. Es Él quien en nosotros se crea de continuo a sí mismo. Hemos creado a Dios para salvar al Universo de la nada”.

Esta cuestión del sentido como algo inherente a la condición y a la existencia humana se extiende a la acción. Esto es, el sentido de la vida nos viene dado, pero hay que hacerlo, hay que darle forma y construirlo por el compromiso activo con la vida…

Por lo tanto, hay una lógica humana que va del sentido a la acción significativa, al actuar como práctica de construcción de sentido. S. Pié-Ninot expone el pensamiento de Maurice Blondel en su obra La acción que se inicia con algunas preguntas de las que vienen sin fecha de vencimiento:

¿Sí o no? ¿Tiene la vida humana un sentido y el hombre un destino?... El problema es inevitable. El hombre lo resuelve inevitablemente, y esta solución, verdadera o falsa, pero voluntaria y, al mismo tiempo necesaria, cada uno la lleva en sus propias acciones.

Para Blondel, esto es lo que justifica su extensa, profunda y consagrada dedicación a uno de sus mejores legados filosóficos: “Esta es la razón por la que hay que estudiar la acción”. Pero no es esta o aquella acción sin más. Es la acción -así la desarrolla Blondel- como…

El mismo Pié-Ninot cita a J. Alfaro que considera que lo del “sentido de la vida” es algo que tenemos a priori. O sea que pertenece a la “estructura ontológica permanentemente presente en el acto mismo de existir, ya que en ella se configura la inquietud radical del hombre. Reclama una opción que no puede ser sino una opción fundamental”. Pero, lo mismo que pensaba Blondel, a esta estructura esencial de lo humano, hay que darle continuidad en la acción eficaz. Creo que por eso es pertinente la puntualización de que se trata de una “opción” que hemos de hacer. Optamos por el sentido desde una condición significativa básica y dada. Aunque nuestra vida y existencia vienen signadas por el sentido, luego hacemos la elección de darles significado a través de nuestro comportamiento. Por eso, “no basta el meramente contemplativo conócete a ti mismo: hay que añadir el hazte a ti mismo en la autenticidad, en fidelidad a la llamada que nos pone radicalmente en cuestión… el hombre no podrá encontrar el sentido de su vida sino en un acto de toda la persona: acto indiviso de conocimiento-decisión-acción’”. El ser humano, que ha sido diseñado con sentido, es un constructor de su propio significado.

El sentido no es igual con o sin Dios. Dios aporta lo que A. Gesché llama “el exceso”, “la fiesta”. Sea cual sea el lugar de sentido (“libertad”, “identidad”, “esperanza”…) el cristiano “piensa toda la realidad a partir de Dios… o ante Dios”.

El principio del exceso es una de las claves del mensaje cristiano

Lo dicho desde el cristianismo valdrá para cualquiera que crea en Dios más allá de la confesionalidad propia. No hay duda que cualquier sentido o lugar de sentido tiene su propio peso y consistencia. Pero, mirado y valorado desde Dios, desde la divinidad, desde la trascendencia, adquiere una solidez nueva y no alcanzable de otro modo; “un horizonte más amplio y más extenso”. Además, pensado desde Dios, el sentido es también don y gracia. El hombre lo ha recibido de Dios porque a Él le pertenece y Él lo infunde en todo lo creado. Y es algo que crece y se desarrolla en el hombre entendido como un ser de una insaciable ambición de sentido. Desde esta perspectiva, el sentido es aquello que define la religión y lo religioso.

Pié-Ninot, exponiendo el pensamiento de J. Alfaro, encuentra una estrecha dependencia entre la condición natural del hombre como ser abierto, la pregunta por el sentido de la vida y Dios.

La condición de posibilidad para la comunicación divina está en la noción de “apertura”, por la que el hombre no agota su ser y su aspirar sin límites en el ámbito de la inmanencia. Es en esta pregunta por el sentido donde el hombre se descubre lanzado más allá de sus fronteras a la búsqueda de una respuesta satisfactoria y es en esta pregunta donde se inserta la cuestión de Dios como respuesta última y exhaustiva. Esta pregunta por el sentido de la existencia se localiza y emerge en el análisis de las relaciones constitutivas del hombre para con el mundo, los demás hombres, la muerte y la historia. “Desde este punto de vista puede decirse que el hombre es una pregunta por Dios, en cuanto le interpela originalmente, con la misma creación: ser-creado = ser-interpelado por Dios (llamado a la existencia por Dios para Dios)”. Por esta razón, “la cuestión de Dios es significativa en cuanto dadora de sentido a la existencia humana. De la experiencia existencial total humana ha aparecido Dios como plenitud de sentido. Por ello Dios es Conciencia plena de Sí, Libertad absoluta, Plenitud personal… que llama a la persona a su plena realización existencial”.

Cuando el ser humano se pregunta por el sentido, se pregunta por Dios -Trinidad cristiana, Yahvé, Alá…-, o por lo divino -iluminación, metamorfosis, trascendencia…-. Hecha la pregunta con esta precisión, se vislumbra el exceso de sentido para lo humano en las respuestas posibles, aunque parciales y transitorias.

José Antonio Pagola reconoce la posibilidad y el hecho extendido del rechazo de lo religioso. No desaparece la pregunta. Pagola le da otra forma: “¿desde dónde doy un sentido último a mi vida?”. Claro que sin la significación religiosa también hay sentido para la vida. Pero, quizá, no es suficiente, no alcanza la exuberancia que le aporta lo divino, no basta para la auténtica ambición humana. Pagola aporta la solución cristiana que, con más o menos coincidencias y diferencias, es la solución religiosa general:

El cristiano cree que el mundo entero recibe su existencia, su sentido y cumplimiento último de un Dios que es sólo Amor… Lo decisivo es buscar a Dios como alguien desde el que mi vida puede cobrar más sentido, orientación y esperanza.

Para Pagola, esta es una de las funciones terapéuticas encomendada a la comunidad de los discípulos de Jesús. La sugerencia merece atención. Todo lo que podemos decir que lo religioso aporta al ser humano ocurre por el ofrecimiento del sentido de la vida. Dando sentido es que el hombre se cura, se libera, se transforma, se salva… 

Lógicamente, comprendiendo la trascendencia del sentido de la vida, su falta es un drama de proporciones gigantescas. Pagola hace una buena descripción de la calamidad del sinsentido:

La falta de sentido es percibida hoy como uno de los factores patógenos más importantes. Una persona que vive sin sentido corre el riesgo de caer en el vacío, la desorientación, la fragmentación interior, la pérdida de identidad. A veces, a la persona la abruma más la carga de una existencia vacía y sin sentido que el peso de la culpabilidad.

En experiencias límites hay justamente una pérdida o una disolución del sentido. La vida se va volviendo sombría, desorientada, desolada, cuando el sentido se va perdiendo. Paradójicamente, ha habido ocasiones en que silenciar la inquietud por el sentido parece haber sido la tabla circunstancial de salvación. Un hecho que, en el fondo, permite imaginar lo fuerte que se expresa el grito por el sentido en el interior del hombre. En la experiencia de Primo Levi, uno de tantos confinados en los campos de concentración nazi, aparece una muy paradójica versión de la sabiduría:

Nuestra sabiduría consistía en "no tratar de entender", ni imaginarse el futuro, no atormentarse por cómo y cuándo acabaría todo: no hacer y no hacerse preguntas.

La historia de Primo Levi como superviviente merece mucha atención, aunque pueda resultar polémica. Para sobrevivir no es suficiente haber podido salir materialmente de la reclusión y de la barbarie. Su sabiduría parece haber funcionado en el estrechísimo margen temporal de sus meses de cautiverio. Sin embargo, la vida excedía temporal y esencialmente esos márgenes cronológicos.

Frente -sin confrontación posible- a lo vivido por Primo Levi, el sentido puede salvar la vida de los amenazados por la muerte. Desde una experiencia muy similar, Nadiezhda Mandelstam explica lo fácil y lo mucho que las víctimas del régimen soviético perdían la memoria. El trauma implica olvidar, confundir, imaginar, fantasear… Al final, se carece de la posibilidad de saber lo que pasó. “Sin embargo, -aclara Nadiezhda- había personas que desde el principio se plantearon como misión la de no conservar simplemente la vida, sino la de ser testigos. Son los implacables guardianes de la verdad que se habían diluido en la masa de los condenados, pero para un determinado período de tiempo”. Asumirse como testigos de lo inhumano se presentó para muchos como el sentido de sus vidas y de las inenarrables experiencias a las que fueron sometidos.

Gracias a Dios que los hombres son mortales, pero vivir allí, tras la espinosa alambrada, valía la pena para recordar el pasado y contárselo a los demás. Tal vez eso sea un freno cuando deseen repetir tales locuras.

Sentido se expresa con otros términos análogos y complementarios…

Finalidad, por ejemplo. Para Primo Levi, curiosamente, “la convicción de que la vida tiene una finalidad está grabada en todas las fibras del hombre, es una propiedad de la sustancia humana”. Estas palabras introducen la reflexión que sobre la finalidad provoca en el autor la experiencia de cautiverio y esclavitud en Auschwitz.

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